A los pies de Coyolxauhqui, Depeche Mode en la Ciudad de Mexico

Escrito por Víctor López Jaramillo el . Publicado en Cronicas

Y en un escenario que lleva el nombre castellano del dios azteca Tonatiuh (sol), tres almas atormentadas inglesas se rindieron ante los pies de Coyolxauhqui, la diosa local de la luna, que lentamente ascendía sobre el sucio cielo de la ciudad de México. Y en la expiación de sus demonios de cristal, 50 mil delirantes fans les ayudaron rezándole a su Jesús personal (dije Jesús, no Jebús), ese al que cuestionan en momentos de duda existencial y que en nada se parece al Jesús de los sacerdotes cristianos.

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Y en un escenario que lleva el nombre castellano del dios azteca Tonatiuh (sol), tres almas atormentadas inglesas se rindieron ante los pies de Coyolxauhqui, la diosa local de la luna, que lentamente ascendía sobre el sucio cielo de la ciudad de México.

Y en la expiación de sus demonios de cristal, 50 mil delirantes fans les ayudaron rezándole a su Jesús personal (dije Jesús, no Jebús), ese al que cuestionan en momentos de duda existencial y que en nada se parece al Jesús de los sacerdotes cristianos.

Esta noche, cada quien tiene su dios y los sacerdotes de esta noche son esos tres ingleses que han sobrevivido a sus excesos y su fama.

El cielo color de acero lentamente se había diluido. Al caer la noche, es negro con manchas grises. Afuera del Foro Sol los revendedores atacan como si fuera guerra florida: “ya trae boletos”, “se lo dejo más bara”, “¿le sobran o le faltan boletos?”, “No joven, yo no confío en su boleto impreso, quiero uno original”.

Un desfile de “hoyos negros” –por aquello del color dominante en su vestimenta- adolescentes, jóvenes y lo que ahora llaman “adulto contemporáneo” pero que hace 20 años les decían señores, pasa por el Foro Sol.

Los fans de Depeche Mode no son jóvenes ni viejos, sino todo lo contrario, como diría un clásico de la política mexicana, eso sí, todos en ciertos momentos de duda adolescente han compartido la angustia existencial de los músicos.

El grupo abridor pasa con más pena que gloria. A este cronista el inicio del concierto lo toma por sorpresa, afuera aún del recinto, mirando las playeras, posters, discos y lo-que-vendan. Después me enteraría por medio de internet, que un pequeño fallo técnico había obligado al telonero a tocar poco tiempo.

dmDe pronto, al cuarto para las nueve de la noche, extraños ruidos comienzan a surgir de las bocinas. No son una prolongación del fallo técnico, sino el preludio de sonidos sintéticos que esa noche adorarían a Coyolxauhqui.

La cerveza a 70 pesos con todo y vaso conmemorativo. No, no hay “Indio” ni “Lager”, por algo el recinto se llama Foro Sol. Duele el codo pero la sed y las ganas de entrar en ambiente se imponen.

Lejos del escenario, pero cómodamente instalado para escuchar a los Depeche. La segunda canción es “Wrong”. “Wroooooong, wroooooongg”, gritan miles y aunque es el más reciente sencillo de la banda, apenas era el preludio de la negra celebración que seguiría.

Y llega “Walking in my shoes” y mientras intentamos caminar en los pesados zapatos de Depeche, una imagen de un cuervo aparece bajo un ojo que parpadea lentamente. El ojo mira, el cuervo acecha. El cuervo no saca el ojo, está en el ojo. Al final de la canción, el cuervo emite un seco graznido que marca el primer clímax de la noche.

Sin pausa, de inmediato sigue una amenaza de amor obsesivo: “tengo todo el tiempo del mundo para hacerte mía, en las estrellas escrito está… puedes correr pero no puedes esconderte… estaré bien, esperaré paciente hasta ver las señales… no digas que me quieres, no digas que me necesitas, no digas que me amas, eso está entendido…”. En efecto, la canción es “It’s no good”.

Y de canciones noventeras pasamos a las ochenteras. Le sigue “Question of time”. El mismo ritmo frenético y la misma temática: es todo una cuestión de tiempo.

Y los saltos de década siguen, nuevo milenio, ochentas, noventas, qué más da… son los sobrevivientes a tres décadas. Tocan “Precious” y luego “Fly on the Windscreen”.

Por poco y lo olvido, tras los efectos del ojo con iris de cuervo, surge una bola gris, que poco a poco toma forma una esfera con letras, de esas que tenían las máquinas de escribir eléctricas y que en los albores de los ochentas eran la maravilla tecnológica, ahora risible.

Y la esfera empieza a escribir un poema:

I have learned so much from god

Than I can no longer

call

my self

a Christian, a hindu, a muslim

a buddist, a jew

the truth has shared so much itself

with me…

Daniel Sandinsky

 Y ya estamos en el momento reflexivo, donde los sintetizadores olvidan sus impulsos eléctricos para imitar el melancólico sonido del piano.

dmPiano y guitarra haciendo lentamente el amor. Teclas y cuerdas gimen y surgen los acordes de “My little soul” y luego “Question of lust”.

Los demonios de Martin Gore y David Gahan se pasean sobre las teclas. Atrás quedaron sus decadentes noventas, donde los excesos les cobraron las facturas, pues Gahan sufrió un ataque al corazón en el escenario en un concierto en Nueva Orleáns en 1993 y tras el suicidio de Kurt Cobain declaró que sintió que el de Seattle le había robado la idea. Atrás quedaba la sobredosis con speedball que le produjo clínicamente la muerte.

Pero su música, esa oscura perla hija del dolor, usando las palabras de Daniel Melero y Gustavo Cerati, permanece.

Tras la pausa semiacústica, tocan sólo canciones del “Violator” y “Songs of Faith and Devotion”, como testimonios de sus batallas personales.

En “Policy of truth”, Coyolxauhqui ha escapado de su prisión de nubes y comienza su lento ascenso hasta el centro del cielo.  Le sigue “In your room” y el escenario se ilumina de rojo y negro. Le sigue la canción, “I feel you”.

Para cuando tocaron “Enjoy the silence”, la luna ya había sido secuestrada nuevamente por las nubes defeñas. Intentan terminar el concierto con “Never let me down”.  Y el vocalista empieza a bailar agitadamente como en clase de aerobics y muchos fans empiezan a imitarlo. Los brazos a la derecha, ora a la izquierda… never let me down again…

Tras la finta de que se van y se van pero no se han ido, regresan y tocan “Shake The Disease”, “Stripped” y “Behind the Wheel”

La luna se asoma nuevamente, para el encore final. Para entonces, la cerveza escasea y la poca que venden está ya caliente y sin gas, ante tan mal servicio por parte de los cubeteros, extraño al del Estadio Corregidora que siempre tarda media hora en traer una cerveza, pero eso sí, las trae frías.

La pausa sirve para refrescar la garganta porque la guitarra empieza a emitir el acorde “Personal Jesus”. Es la canción con más guitarra en la noche, una sobredosis de guitarra para Depeche Mode y una sobredosis de cantantes gritantes: “your own, personal Jesus…”

En el escenario, proyectan la sombra de una mujer perfectamente estilizada. Esa es la religión personal, la mujer es un templo y al igual que Joaquín Sabina, los de Depeche no tienen más religión que un cuerpo de mujer.

Tras el orgasmo visual y sonoro, las aguas se calman, en el cielo, las nubes le hacen un círculo a Coyolxauhqui, mientras abajo, el trío inglés se despide con “Waiting for the night”.

 

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